En ocasiones me pregunto de dónde proceden las historias, y no tengo una respuesta clara. Mira, por una parte, sí que lo sé, porque siempre he vivido una vida de espía. Lo cuento en Una historia de amor y oscuridad. Yo escucho conversaciones ajenas, observo a personas desconocidas y, si estoy en la cola del ambulatorio, en una estación de tren o en un aeropuerto, jamás leo un periódico. En vez de eso, escucho hablar a la gente, robo fragmentos de conversaciones y los completo. O bien observo la ropa o los zapatos —los zapatos siempre me cuentan muchas cosas—. Observo a la gente. Escucho.
Mi vecino de Hulda, Meir Sibahi, decía: Cada vez que paso por delante de la ventana de la habitación en la que escribe Amos, me detengo un momento, saco el peine y me peino, porque si entro en un relato de Amos, quiero hacerlo…
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